Eso no estaba en mi libro de cine de terror

¿Sabías que el Joker se inspiró en un personaje de una de las primeras películas de terror, rodada en 1927? Pocos años antes, Nosferatu había helado la sangre de un impresionable público que creyó que su protagonista, Max Schreck, era un vampiro real. Pocos conocen que Ed Wood, el padre de la serie B, solía travestirse, y que su cine inspiraría la popular saga de zombis Resident Evil. Grandes actores y cineastas coquetearon con un género denostado durante años, como Jack Nicholson, protagonista de la peor película de terror de la historia, o Stanley Kubrick, quien estuvo a punto de dirigir El Exorcista. Cine y terror siempre han ido de la mano. Y ya no hablamos del pavor que causó tal milagro técnico entre algunos espectadores de principios de siglo pasado —esto de verdad ocurrió—, sino de nuestra inclinación hacia las historias que nos fascinan y aterran, aquellas que desde los albores de la Humanidad se han susurrado frente a la vacilante luz de una hoguera y que, llegado el momento, dieron el salto a la gran pantalla para seguir ejerciendo su poderoso influjo. Desde el expresionismo alemán del cine mudo hasta el vanguardista Elevated Horror, pasando por los monstruos de la Universal, la serie B, el género de posesiones demoníacas de los 70, las criaturas de videoclub de los 80, el revolucionario «found footage» o el impactante terror japonés. Un siglo de curiosidades para sumergirse en las profundidades del fenómeno cinematográfico por excelencia, de la mano de uno de los mayores expertos y amantes del terror.

Grandes maestros del cine, Los

El cine, afirma Juan Cobos, es el arte de nuestro tiempo. Ha crecido junto a nosotros, lo que acrecienta su enorme influjo. Por eso hoy, ya en el siglo XXI, nadie cuestiona lo que los grandes maestros del cine han aportado a nuestro imaginario; nadie rebate que las películas que filmaron han contribuido de manera decisiva a ensanchar el acervo cultural de las sociedades modernas. En sus muchos años de brillante ejercicio profesional, Juan Cobos tuvo la ocasión de compartir con esos maestros conversaciones que son en la actualidad un tesoro de inapreciable valor para los historiadores, así como para las nuevas generaciones de cinéfilos. Se aprende cine viendo cine, sin la menor duda, pero también escuchando y leyendo a esos grandes narradores que fueron capaces de sentar las bases del arte cinematográfico, de dotarlo de rasgos que lo han convertido en un medio fascinante y privilegiado para plasmar las inquietudes y anhelos más profundos del ser humano. En este libro se dan cita muchos de esos grandes maestros, y de las más diversas latitudes y tendencias: Orson Welles, Alfred Hitchcock, Federico Fellini, Buster Keaton, Michelangelo Antonioni, George Cukor, entre otros muchos nombres, sin olvidar a nuestros también inmortales Berlanga, Saura, Erice o el gran Luis Buñuel. Con todos ellos el autor departe desde la cercanía que brinda el aprecio a un lenguaje común, a un legado universal cuya vigencia resulta de todo punto incontestable. «La verdad es que me habría gustado ser mucha gente –Di Stéfano, Bob Dylan, Billy Wilder, Bradbury…– a lo largo de mi vida. Buscar Freud, capítulo I. Pero a lo que voy. Cuando tenía quince y dieciséis años me hubiera cambiado por Juan Cobos sin pensármelo dos veces». José Luis Garci. «Orson Welles quedó fascinado y agradecido, nadie le había dedicado tanto talento y conocimiento a su obra, y más tarde convertiría a Juan Cobos en algo más que un secretario, en un amigo y colaborador cercano, un confidente para muchas cosas». Eduardo Torres-Dulce.

Historia informal del cine musical

De “El cantor de jazz” a “La, La, Land”

Entre los más felices recuerdos que las retinas de nuestra memoria guardan de la gran pantalla, muchos pertenecen al género musical. La alegría que sentimos viendo a Gene Kelly y su sonrisa infinita saltando entre esos charcos bajo una copiosa lluvia, la viva emoción que nos invade al contemplar el baile de Cyd Charisse y Fred Astaire en aquel Hyde Park nocturno con los rascacielos al fondo en The Band Wagon, el eléctrico y sensual garaje de West Side Story o el multitudinario baile de los conductores retenidos en la autovía al inicio de La, La, Land, son a la par, fuentes de placer y belleza. El género musical es, en muchos sentidos, la quintaesencia del cine. Este libro ofrece un recorrido distendido y, a veces, irreverente, por la historia del género, plagado de anécdotas curiosas, datos insospechados y descubrimientos sorprendentes, acompañados de numerosas y hermosas fotografías de las películas.

Mundo zombi. El cine de muertos vivientes

Zombi (Dawn of the Dead, 1978) se hizo célebre por sus alegóricas imágenes de muertos vivientes deambulando por un centro comercial. El paralelismo estaba claro: nosotros éramos los zombis que frecuentábamos los espacios compuestos por concatenaciones de tiendas como cuerpos sin voluntad, únicamente guiados por el dinero y el consumo. Fuimos moldeados como zombis hace mucho, cuando pusieron el dinero a pie de calle para que fuéramos de cajero en cajero a consumir, aunque no necesitáramos nada. Ahora solo tenemos que enseñar el móvil. El truco está en hacerlo cada vez más fácil. En este espléndido libro, Ramón Monedero descifra las numerosas concomitancias entre uno de los géneros cinematográficos con más adeptos y la realidad que nos circunda. El autor revisa los títulos clásicos junto a los menos conocidos, y extrae de ellos un sinfín de claves que sorprenderán al lector y que revelan un mundo zombi tan inquietante como plausible. Desde Marruecos a Yemen pasando por Egipto, desde Islandia a Hong Kong, pasando por toda Europa, la crisis suscitada por el colapso de Lehman Brothers conllevó que el pueblo se enfrentara al sistema, en muchos casos de forma violenta. De hecho, la imagen de «las fuerzas del orden» reduciendo a los manifestantes recordaba mucho una película de George A. Romero. Y no es casualidad. El cine de zombis, en general, siempre se ha estructurado en torno a esa defensa contra la masa de muertos vivientes. Lo civilizado frente a lo monstruoso… ¿O es al revés?

Cine y arqueología

La arqueología en la gran pantalla

«Creía que los arqueólogos eran unos graciosos hombrecillos que buscaban momios». Así describe Willie la profesión de su compañero de aventuras Indiana Jones en la película Indiana Jones y el templo maldito. El cine de aventuras siempre fue muy popular y exitoso, basado en un voluntario afán por el entretenimiento más que por la reflexión profunda sobre la condición humana. Dentro de este género, existe un conjunto de filmes cuyo eje central es la búsqueda de un tesoro y que forma un subgénero muy específico que es el cine de Arqueología. Indiana Jones, Lara Croft, Tadeo Jones… son algunas de las principales figuras de este tipo de cine que han trascendido los marcos cinematográficos para convertirse en auténticos referentes culturales. Si bien el cine de Arqueología ha distorsionado enormemente esta profesión, es innegable su magnetismo, capaz de atraer a las salas de cine a miles de personas deseosas de viajar a lugares exóticos, encontrar un tesoro y salvar el mundo. ¿Por qué es tan atrayente este tipo de películas? ¿Cómo y por qué surgieron dentro de la historia del cine? ¿Qué es lo que dicen, o no dicen, sobre la Arqueología? En este ensayo se defenderá que el éxito del cine de Arqueología reside en una original combinación de tres elementos: el exotismo, una particular percepción del tiempo, y la centralidad del objeto y del tesoro. Basada en una filmografía de más de 280 películas, el ensayo se divide en seis capítulos, en los que se aborda, entre otros, la historia del género, la construcción del personaje arqueológico, el tesoro como elemento central del cine de Arqueología o el análisis crítico sobre el cine de Arqueología como un cine esencialmente colonialista y racista, vinculado con el propio origen de la Arqueología como ciencia a lo largo del siglo XIX. Como afirma Howard Knapp al final del filme Daughter of the sun god: ¡Bebamos por una gran aventura!

Filosofía en rebanadas

Un banquete filosófico servido con películas, series de televisión y dibujos animados

Sabemos que los filósofos andan un poco empanados desde que Tales de Mileto se cayó en un pozo de tanto mirar el firmamento. A otros pensadores igual de despistados los han pillado con las manos en la masa: hornean grandes ideas de las que salen sistemas filosóficos completamente alejados de la realidad. En realidad, un filósofo artesano debería ser como un maestro panadero que ofrece diferentes estilos y sabores: baguette (Descartes), pan cateto (Heidegger), barra de Viena (Wittgenstein), chapata (Vico) o mollete antequerano (María Zambrano). Asimismo, los filósofos suelen ser buenos cerveceros, pues la cerveza y el pan son hermanos gemelos. La filosofía no ofrece una de cal y otra de arena, sino pan (sustancia, materia) y muchas bebidas espirituosas (imaginación, posibilidad). Por eso algunos profanos consideran que un filósofo se parece más a un borrachín parloteando con sus colegas de profesión que a un panadero, aunque ya dijo Günther Anders: «Un filósofo que escribe solo para filósofos es tan absurdo como un panadero que solo hace pan para otros panaderos». Andrés Lomeña, autor de Filosofía a sorbos, se arremanga de nuevo para sacar una selecta bandeja con todo tipo de panes, harinas y semillas. Este compendio de artículos breves está repleto, una vez más, de referencias cinematográficas y seriéfilas; el libro amasa el turbulento presente filosófico mediante el análisis de Los Vengadores y Harley Quinn, sin renunciar a clásicos contemporáneos como La princesa prometida o Dentro del laberinto, pasando por la filosofía de El rey león, Los Simpson y The Office. En estas páginas encontrará pan de molde si busca alimentos blandos (por ejemplo, la filosofía de Bob Esponja) o panes integrales (El lobo de Wall Street, Apocalypto, El indomable Will Hunting) si quiere más fibra en su dieta filosófica. Filosofía en rebanadas ofrece pan y circo, sí, pero hay más pan que circo en su interior y además se corta en limpias rebanadas para que pueda mojarlo o degustarlo fácilmente. No desee toda la hogaza de pan. Siga el rastro de migas. Cómase una o dos rebanadas. Pruebe las tostas y hágase un sándwich. Sírvase sin pudor. Al fin y al cabo, este manual filosófico está dirigido a quienes nunca tuvieron la suerte o el privilegio de nacer con pan de oro bajo el brazo.

Kaidan

Tradición del terror en Japón

En 1998 nadie podría haber anticipado el éxito que aquella modesta película titulada The Ring acabaría cosechando por todo el mundo. Sus impactantes imágenes y revolucionarios recursos sobrecogieron a los espectadores hasta ocupar hoy día un lugar privilegiado en nuestra cultura popular, y la convirtieron en un fenómeno que cambiaría para siempre el género de terror. No es casualidad, pues el éxito de su director, Hideo Nakata, consistió en saber rescatar para la gran pantalla la fascinante mitología, el aterrador bestiario y la sutil iconografía que la cultura japonesa ha ido fraguando durante apasionantes siglos de historia. Pocos conocen a Okiku, la joven arrojada a un pozo cuyo fantasma atormentaría a su señor; a Kuchisake-onna, el aterrador espectro que desfigura el rostro de los hombres más incautos; o incluso al estrafalario Bakeneko, una suerte de duende en que aseguran se convierten los gatos domésticos más longevos. Los fascinantes relatos y estética que inspiran el cine de terror nipón son el resultado del ancestral temor a un hábitat violento, la opresión social del arraigado feudalismo, el preciosista teatro kabuki, las leyendas urbanas o la tecnofobia. Cuentos tradicionales, bestiario, historia, cine… todo queda recogido en este exhaustivo y ameno libro, opera prima en la divulgación del investigador referencia en el género.